“Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser de mayor. Yo respondí: “feliz”. Me dijeron que no entendía la pregunta, y yo les contesté que ellos no entendían la vida”. Esta anécdota se cuenta que sucedió a John Lennon (Imagine there’s no countries. Nothing to kill or die for. Imagine all the people living life in peace…).
El ser humano tiene dos objetivos básicos y universalmente aceptados: 1) Seguir vivo y, 2) Ser feliz. Para seguir vivo, se necesita tener buena salud y cuidarla con extremo miramiento. Todos sabemos que una salud precaria minimiza todos los otros problemas y contratiempos que soportemos y, más o menos, sabemos qué debemos hacer para mantener nuestro cuerpo sano.
Lo de ser feliz, ya es otra cosa. Recuerdo allá por octubre de 1995, cuando inicié un Curso de Alta Dirección en el Instituto Internacional San Telmo de Sevilla, al profesor Joan Ginebrá que en la Conferencia inaugural, hacía un brillante canto a favor de la Felicidad, a la que llamaba “la meta absoluta perseguida por todos los seres humanos”. Todos queremos ser felices, decía. Y a continuación afirmaba; “pero no todos somos felices de la misma manera, con los mismos logros, ni alcanzando los mismos objetivos”. No obstante, aunque es evidente que la felicidad no significa lo mismo para todos los seres humanos, sí nos explicaba el profesor que para que esa “meta” produjese en cualquier persona ese efecto conocido como “felicidad” era necesario seguir unas pautas mínimas imprescindibles, que a mí al menos, me convencieron, y con el tiempo (hace ya 22 años) he podido comprobar su validez y efectividad. Son tres pequeños consejos: 1) Tienes que estar cómodo siendo como eres. Tienes que aceptarte. Si eres negro, no puedes basar tu felicidad en ser blanco. Si mides 1,50 no debes vincular tu éxito personal a triunfar como pivot en la NBA, y si no tienes voz, no te compares con Amy Winehouse. Esta primera norma es fácil, y hasta cierto punto, cómoda, 2) Debes tener claro qué quieres ser en la vida, adónde quieres ir y qué quieres aprender. O sea, cada mañana antes de abrir la puerta de casa, conocer las respuestas a esas tres cuestiones. Puede hacer un viento terrible, puede haber una adversa coyuntura o quizás hayan cortado muchas calles. ¿Adónde voy?, no. ¿Adónde quiero ir?, y 3) Debemos saber, debemos asumir, que somos criaturas superiores. Que somos más, mucho más que un cuerpo movido por un corazón y un cerebro, con unos sentidos con los que interactuamos con el entorno. Somos mucho más que materia. Y también mucho más que inteligencia. Somos fundamentalmente, lo que aún no sabemos que somos; un aluvión de conceptos y sensaciones que amplían nuestro espectro de deseos hasta el infinito, con proyecciones multidimensionales que minimizan las señales recibidas por nuestros sentidos y ridiculizan la importancia de los objetivos materiales. O sea, que la virtualidad, la espiritualidad y la neuro-realidad tienen que estar presente en nuestro desempeño cotidiano si queremos alcanzar una felicidad efectiva.
Todo lo anterior podríamos resumirlo en que para ser feliz hay que aceptarse como cada uno es, hay que tener claro qué queremos ser y ser conscientes de que mientras más concreto sea el objetivo, menos valor tiene.
Ya somos felices, ¿y ahora?…
Aristóteles nos dice que “la felicidad es una actividad de acuerdo a la virtud”. En su libro “Ética para Nicómano” nos indica que “El hombre feliz vive bien y actúa bien”. No basta con intentar ser felices, sino que se trata de interiorizar que nuestra felicidad la alcanzaremos cuando consigamos la felicidad de los que nos rodean.
Decíamos al iniciar esta reflexión que lo primero era la Salud y lo segundo, alcanzar la felicidad. Y para esto, Aristóteles nos marca el camino; “La Bondad”. Pero la bondad se aprende. No nacemos “buenos”. Ahí es donde entra la “Educación”. Pero eso lo veremos otro día…